En defensa de la alegría

En tiempos de odio y goce punitivo, la alegría no es ingenuidad sino un acto político.

Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y de la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas…

Mario Benedetti, Defensa de la alegría

Solía tener un prejuicio acerca de la alegría y de quienes se muestran alegres en medio de un contexto hostil como el que nos ofrece el mundo en el que vivimos. Me preguntaba: ¿se puede mantener la sonrisa mirando a nuestro alrededor?, ¿esa sonrisa está condenada a ser banal?, ¿el precio de la alegría es negar la realidad? A cada uno de estos cuestionamientos respondía con dureza. Sin embargo, este prejuicio empezó a ceder cuando vi Aún estoy aquí, la película de Walter Salles ganadora del Oscar al mejor film extranjero. Desde entonces me acompaña una frase que el director pone en boca de Fernanda Torres, actriz que interpreta a Eunice, la madre de los Paiva: “No voy a permitir que nos quiten también la alegría”. Transcribo su parlamento de memoria, seguramente con el error de la evocación; pero aún permitiéndome una cita que no es exacta, estoy segura de que la frase refleja lo que esa mujer quería resguardar para ella y para sus hijos. La dictadura militar brasileña había secuestrado y más adelante asesinado a su marido; y junto con él, les habían quitado todo lo que esa pérdida arrastraba consigo. Antes de aquel suceso, habían sido una familia feliz, disfrutaban de la playa, de invitar amigos a su casa de Leblon, de bailar y cantar juntos. Después del secuestro de su marido, Eunice empezó a ocuparse de la búsqueda de Rubens y de denunciar lo que había pasado. Cuando daba entrevistas con el objetivo de explicar la situación y tener noticias de su marido, incluso cuando sospechaba que ya estaba muerto, Eunice sonreía y le pedía a sus hijos que hicieran lo mismo. También cuidaba esa sonrisa en la intimidad de lo cotidiano, consciente de que no iba a dejar que les arrebataran nada más.

Esta escena está conmigo desde entonces e intento tenerla presente cuando día a día se suceden hechos que me perturban y amargan: declaraciones descabelladas, acciones crueles, decretos que socavan derechos, represión, violencias, agravios y otras políticas innecesarias e intimidantes, que no se dan sólo en nuestro país sino también en muchos sitios del mundo que nos toca vivir. Un mundo que hizo una regresión individualista hacia la ultraderecha. En la alegría que se empecinaba en sostener, Eunice albergaba una forma de resistencia. Tal vez podamos imitarla y sumar nuestra alegría a otras estrategias –más o menos eficaces– que nos permitan sobrevivir sosteniendo principios, en un tiempo en el que parece que triunfaron los híper mega crueles orgullosos de su sadismo, mientras esperamos que llegue el momento en que la curva de la historia pegue la vuelta –siempre llega– y se respiren otros aires.

Pero antes de imitar a Eunice y adoptar la alegría como resistencia, definamos qué es ese sentimiento y cómo se manifiesta. No alcanza con sonreír o estar de buen humor para alcanzarla en su mejor versión, la que propone el filósofo Baruch Spinoza. Tampoco hay que confundirla con ciertas manifestaciones bañadas de risas, que nada tienen que ver con la alegría, sino con la euforia de la crueldad. Siguiendo a Spinoza, apostemos a la alegría como una experiencia que surge de la interacción con el mundo exterior, que nunca es un estado pasivo sino que implica una acción. No es un sentimiento individualista: se vincula profundamente con la vida en comunidad. 

Por eso, la alegría no tiene nada que ver con alguien que postea en las redes sociales una foto donde se ve una taza que dice: “Lágrimas de zurdo”, ni con quienes repiten el mismo gesto, o le dan like a esas fotos como autómatas sonrientes. Quien goza frente al dolor del otro no muestra alegría sino crueldad. Nos quiere tristes, vencidos, cansados y, si es posible, paralizados. Eso es lo que disfruta, eso es lo que le dibuja una mueca en la cara, que se parece más a un gesto de El Guasón que a uno de Batman. 

Porque, siguiendo a Spinoza,  la alegría siempre es con el otro, un estado de ánimo que aumenta la potencia o la capacidad de acción del individuo, que propone hacer algo positivo con ella. Si ésta es la intención, la alegría puede ser un acto político, lo festivo un espacio de comunidad y resistencia que se oponga al individualismo, y el humor un recurso para desmontar discursos autoritarios.

Pero hay un segundo paso para dar, una vez que nos pongamos de acuerdo en que la alegría puede ser un acto político de resistencia en contextos oscuros: invitar a compartirla a todos los afectados por esa oscuridad. Limar diferencias en función de un objetivo mayor. Definir que la grieta no debe separarnos en distintos bandos de acuerdo con nuestras preferencias partidarias, sino, por el contrario, unirnos por lo que sentimos frente al contexto actual, donde el poder apuesta a fracturar, estigmatizar y dividir. 

Lo aprendimos hace tiempo en el feminismo, cuando luchamos codo a codo con otras mujeres con las que diferíamos rotundamente en cuanto a política partidaria pero coincidíamos en el objetivo a alcanzar. En tiempos en que el discurso circulante rebaja la lucha del movimiento feminista, incluso la desprecia y degrada, sería interesante que se observara el mecanismo comunitario, democrático, transversal y alegre con el que obtuvimos grandes logros, y que el poder actual mira con recelo. Hay mucha más gente del lado “nadie se salva solo” de lo que creemos. Tomo el concepto de la síntesis perfecta que usó Netflix en la publicidad de la serie “El Eternauta”, para transmitir el estado de las cosas planteado en la historieta de Héctor Oesterheld, y que muchos espectadores se apropiaron para repetirlo como un mantra: nadie se salva solo.

Como suele suceder a menudo, allí donde le cuesta llegar a conceptos y argumentos, la literatura o el cine penetran con ejemplos que resultan cercanos, evitando largos discursos que no todos están dispuestos a escuchar. Entonces, para ilustrar la alegría que convoca a la acción de Spinoza, me gustaría recordar la película Pride (2014), de Matthew Warchus, basada en hechos reales, que cuenta la historia de un grupo de activistas LGTB+ que salió en apoyo a los mineros en huelga durante el gobierno de Margaret Thatcher, entre 1984 y 1985. El grupo empieza haciendo una colecta para ayudar a las familias de los huelguistas. Pero cuando el sindicato se muestra reacio a aceptar ese dinero por miedo a ser asociado con un grupo gay, los jóvenes deciden ir a un pequeño pueblo minero de Gales (Onllwyn) para entregarlo en persona y acompañar a los trabajadores. 

Pride es una proclama sobre el valor de las alianzas improbables y la alegría combativa. Cuando el grupo LGSM (Lesbians and gays support the miners) llega al pueblo es observado con desconfianza. Unos y otros parecen no tener casi nada en común. Hasta que poco a poco los visitantes van demostrando que sus intenciones son sinceras y queda muy en claro el punto que los une: su rechazo al gobierno conservador de Thatcher, a su política represiva, al accionar de los medios hostiles. Así dos grupos que en principio parecían tan diferentes se unen en una fiesta comunitaria de baile, canto y risas. Quienes parecían no tener nada que ver terminan reunidos por la alegría y la música. El grupo LGTB+ no apoya a los mineros “a pesar de sus diferencias”, sino porque entiende la lucha como un objetivo común. Lo que comparten no es quiénes son ni desde dónde llegan, sino la exclusión y la violencia estatal. 

La huelga minera de 1984-85 fue uno de los conflictos sociales más duros de Reino Unido. Thatcher buscaba destruir el poder de los sindicatos, mientras los trabajadores resistían en condiciones extremas, durante un año. El final no fue el que esperaban los huelguistas, pero Pride muestra que la derrota no es absoluta cuando deja alianzas nuevas y cambios culturales. De hecho gracias a ese vínculo, el Partido Laborista incorporó explícitamente los derechos de gays y lesbianas a su plataforma en 1985, y para ello contó con el apoyo de los sindicalistas. 

En un contexto como el actual en el que parecería que lo que se pretende desde el poder es la fractura social que impulse a entronizar lo individual y despreciar lo colectivo, Pride recuerda que las alianzas más poderosas no surgen entre los iguales, sino entre quienes se juntan porque, aun en sus diferencias, se reconocen vulnerables ante un mismo poder que intenta avasallarlos. En esta historia basada en hechos reales, la alegría, las risas o el baile no fueron banales, sino acción y potencia, la argamasa que permitió construir un nosotros donde antes había sólo compartimentos estancos. Una fiesta puede no ser evasión, sino configurar un lenguaje común, hospitalidad y encuentro frente al aislamiento del individualismo que propone el liberalismo libertario.

Volvamos a un concepto enunciado más arriba para ver cómo se manifestó recientemente entre nosotros: la auténtica alegría es siempre comunitaria,nunca individual. Lo que expresan algunos al celebrar que se quiten derechos que creen que a ellos no los afectan (el cierre de un ministerio, el despido de miles de trabajadores, la quita de un subsidio a población vulnerable) no es alegría auténtica sino euforia punitivista, en la que el goce nace del castigo ajeno y se regodea en ello. Un sadismo social muy propio de estas épocas. 

En los últimos días, a partir de la desestimación de la queja que había presentado Cristina Fernández de Kirchner ante la Corte Suprema, quedando la sentencia en firme y la expresidenta inhabilitada para postularse a cargos públicos, algunas personas ajenas al kirchnerismo –Pablo Avelluto o Elisa Carrió, por solo citar dos ejemplos de quienes que han tenido serias diferencias con ese espacio político– manifestaron su pesar, porque la noche del anuncio una gran cantidad de argentinos dormirían muy tristes por causa de esa noticia. Esta actitud me pareció una buena señal en esta democracia que parece resquebrajarse cada día: que actores políticos no kirchneristas se manifestaran preocupados por la tristeza de personas que son nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestra familia. También me pareció valioso que frente a la gente que fue a manifestarle su apoyo, CFK se mostrara entera y sonriente. Así como sintomático de sadismo social, la exacerbada indignación por esa presencia y por las manifestaciones de alegría frente a su domicilio que expresaron algunos periodistas y referentes. 

En tiempos de odio y goce punitivo, la alegría no es ingenuidad sino un acto político. Si nos juntamos los diferentes que tenemos un objetivo común, los que creemos que nadie se salva solo, si nos comprendemos y apoyamos en el dolor, si intentamos encontrarnos en la alegría y nos potenciamos gracias a ella, a lo mejor no obtendremos lo que buscamos en el corto plazo –paciencia–, pero saldremos fortalecidos a futuro, conformando una comunidad de lazos sólidos que se amplía incorporando a todo aquel o aquella que quiera resistir bailando con una sonrisa.

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